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América Latina y el retorno del realismo mágico

América Latina revive viejas fantasías de desarrollo bajo nuevas máscaras tecnológicas, mientras persiste la dependencia estructural que Stavenhagen denunció hace seis décadas.

A fines de junio de 1965 el periódico El Día de México publicó un artículo del sociólogo y antropólogo Rodolfo Stavenhagen que haría historia. Se tituló “Las siete tesis equivocadas sobre América Latina”. En ese momento el maestro afincado en México no solo explicó con claridad los términos de la dependencia estructural de la región, sino que advirtió sobre el carácter ilusorio de las concepciones desarrollistas entonces en boga. Sesenta años después y al calor de las convulsiones globales, habría que ver si aquellos términos de la dependencia estructural se han modificado y, en tal caso, cuáles serían las nuevas fantasías progresistas que la estarían realimentando. 

El progresismo en la década de los sesenta

Cuando se conoció el encendido alegato de Stavenhagen, las discusiones acerca de los problemas regionales estaban influidas por dos corrientes de argumentación aparentemente antitéticas. Desde las usinas imperiales se había instalado la imagen de una “década del desarrollo” con el emblema visible de la Alianza para el Progreso (1961) y el sustento proporcionado por autores como W.W. Rostow, que también preveía para la región un fructífero “despegue” (take off). Enfrente, la posición crítica pretendía desautorizar la ideología predominante caracterizando el escenario regional por una polarización o dualidad. Desde esta perspectiva, la explotación tanto extensiva como intensiva de los recursos primarios habría estado sostenida por un régimen de dominación tradicional o similar al feudal sobre sus poblaciones y territorios rurales. Y, como contraposición, en las grandes ciudades parecían prevalecer prácticas capitalistas que alentaban expectativas por un desarrollo progresivo.

Cuestionamiento estructuralista

Stavenhagen desestimó esta suposición sobre “sociedades duales”, señalando que el atraso no debía considerarse como dimensión independiente, sino que, siguiendo las imposiciones internacionales, “el progreso de las zonas modernas, urbanas e industrializadas de América Latina se ha producido a expensas de las atrasadas, arcaicas y tradicionales”. En la conceptualización de Stavenhagen las supuestas “sociedades duales” expresaban en realidad un “colonialismo interno”, replicando al interior de las periferias el sistema económico internacional predominante. Así resultaban inverosímiles algunas hipótesis derivadas de aquella presunta dualidad: atribuir las perspectivas del desarrollo a la actividad de estratos sociales medios, progresistas y emprendedores; o caracterizar las integraciones nacionales, en América Latina, como el producto histórico de un mestizaje que finalmente implicaba la negación de las raíces indígenas; o bien asociar las iniciativas progresistas a posibles alianzas entre obreros urbanos y campesinos.

Las convulsiones del siglo XXI: parecido y diferente

En la presente fase de la economía internacional, los procesos de acumulación y reproducción del capital siguen estando asociados a la explotación intensiva y extensiva de recursos primarios en las periferias, incluyendo a la región latinoamericana. Pero se perciben algunas diferencias contrastantes con aquellos regímenes coloniales y neocoloniales de depredación y manipulación de mercados que Rodolfo Stavenhagen había denunciado con tanta lucidez. 

La imagen más llamativa del neocolonialismo en el siglo XXI es la que muestra un espejo invertido: el halo “progresista” ya no define a los grandes centros urbanos y periurbanos. Por el contrario, las ciudades latinoamericanas son focos amenazantes de pobreza, inseguridad y narcotráfico. Y las seductoras pantallas de los teléfonos “inteligentes” operan como fuentes de enajenación colectiva contribuyendo al empobrecimiento cognitivo de quienes transitan las calles afrontando el trajinar cotidiano con sus dispositivos a la mano. 

Resurrección del mito del Dorado

Simultáneamente se ha revertido la imagen de atraso y arcaísmo asignada a las poblaciones y los territorios rurales despreciados por aquellas ideologías modernistas. Hoy día el atesoramiento de minerales críticos luce como una renovada fuente de bonanza dentro de las mismas zonas deprimidas del Perú, Bolivia, Chile y Argentina que habían sido devastadas por la conquista y colonización española. ¿Cómo explicarlo? 

Una ensoñación colectiva impregna innumerables mensajes, memes y consignas que con el aval de supuestos “expertos” se difunden hipnóticamente a través de las pantallas. Las maravillas asignadas a las tecnologías de la información y las comunicaciones (TIC) exigen una capacidad para hacernos pensar de manera “diferente” que, según recuerda Patrick McGee, había sido inicialmente reconocida a los rebeldes emprendedores de Apple (“Apple in China”) y cuyo glamour se propagó a los augures de las corporaciones acaparadoras de los mercados electrónicos (big-tech). Estas cualidades mágicas de transmutación son atribuidas a distintos elementos extraídos de minerales críticos que estarían transformando aceleradamente las condiciones de vida de la humanidad entera, desde los dispositivos médicos hasta las aplicaciones que potencian y reconvierten fuentes energéticas… pero también las sofisticadas innovaciones introducidas en industrias bélicas para producir armamentos cada vez más mortíferos. 

Curiosamente, las poblaciones latinoamericanas agitadas por semejantes fantasías futuristas ignoran el contraste de estas aplicaciones de avanzada tecnología frente a los tan rudimentarios como arrasadores procedimientos extractivos de sus materias primas y que han sido probados ¡hasta en los mismos territorios de las potencias imperiales! En tal sentido, una reciente nota del New York Times publicada el 10 de junio (“China’s Upper Hand: Rare Earth Metals”) describe los procesos de degradación y contaminación ambiental desatados por la primitiva explotación de tierras raras esenciales, desde la década de los noventa en Mountain Pass, California, y más tarde dentro de zonas empobrecidas del centro y sur de China, en ambos casos muy lejos del escozor que despiertan los emprendimientos tecnológicos disruptivos de los que dan cuenta las pantallas. 

Renovados términos de la integración económica con los centros imperiales

Desde el gobierno de Joe Biden se insinuó una nueva arquitectura de la integración económica diseñada para garantizar el aprovisionamiento de minerales altamente demandados por las TIC. La iniciativa más difundida, desde noviembre de 2013, recibió el pomposo nombre de “Alianza para la Prosperidad Económica de América Latina” (APEP). Pero después de un breve recorrido institucional, tanto a partir del segundo gobierno de Donald Trump como con motivo de propuestas de inversión de empresas de distintos orígenes, incluyendo las chinas y europeas, ya no parece necesario el despliegue de coberturas normativas ad hoc. Las previsiones sobre contrataciones públicas en tratados de libre comercio de última generación (TLC), los acuerdos de promoción y protección de inversiones y los diálogos bilaterales “de alto nivel” parecen suficientes para que distintos gobiernos latinoamericanos se vean compelidos a suscribir compromisos público-privados de localización y explotación de sus recursos primarios. Así se van conformando enclaves gestionados por corporaciones transnacionales cuyas ingenierías financieras las hacen difícilmente identificables en casos de denuncias de contaminación y degradación ambiental. 

Los enclaves pasan a constituir el eslabón inicial de una cadena de suministros orientada hacia los centros extrarregionales de refinamiento de los minerales extraídos. Fuera de dichas demarcaciones, las poblaciones y territorios en los que se despliegan otras actividades productivas pasan a segundo plano, augurando la prolongación indefinida de su estancamiento. Y entretanto aquellos enclaves y circuitos logísticos quedan supeditados a un período incierto de explotación hasta la próxima disrupción tecnológica que requiera la sustitución de esas materias primas por otras.  

¿Estará de regreso una vez más esa fatal alternancia de ciclos de auge y declinación que el maestro Stavenhagen había expuesto con tanta lucidez?

Autor

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Sociólogo. Doctor por la Univ. Nacional de Córdoba (Argentina). Consultor de organismos internacionales de integración y cooperación. Investigador y docente en el Instituto de Integración Latinoamericana de la Univ. Nacional de La Plata.

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