El think-tank australiano Lowy Institute realizó una encuesta sobre la capacidad de respuesta de los países ante la pandemia. A partir de los datos recogidos, organizaron una clasificación que muestra que muchos países han tenido dificultades y han actuado de forma ineficaz en el control de la pandemia. Entre ellos, Brasil ocupa la peor posición.
La clasificación se elaboró teniendo en cuenta el número de casos confirmados y de muertes; la proporción de casos y de muertes por millón de habitantes; el número de casos confirmados frente a la proporción de pruebas aplicadas, y las pruebas por cada mil habitantes. Brasil se encuentra en la peor posición entre los 98 países con datos disponibles evaluados. Por orden, los cinco peores son: Brasil, México, Colombia, Irán y Estados Unidos.
La actuación del gobierno brasileño
La actuación del gobierno brasileño no sólo es ineficaz: hay una intención de no combatir la pandemia, con el establecimiento de una estrategia institucional de propagación del coronavirus, como mostró la investigación de CEPEDISA (USP)/Conectas Direitos Humanos.
Las acciones en materia de salud fueron inicialmente conflictivas y dudosas, oscilando entre la promoción de la prevención y la negación. Sin embargo, la estrategia brasileña se consolidó y se desplegó desde la negación del virus y de la pandemia, pasando por la minimización de la gravedad del Covid-19, y terminó en un desaliento sistemático al uso de mascarillas y a la vacunación. Todo ello reforzado por la venta de una gran ilusión: la promesa de un tratamiento profiláctico y curativo encarnado en el llamado «Kit Covid-19».
Una estrategia exitosa. La Encuesta COVID-19 del PNAD, realizada en septiembre de 2020, muestra que de los 8,3 millones de personas que tuvieron síntomas gripales, sólo 2 millones buscaron atención médica. Del resto, el 71,6% optó por quedarse en casa por precaución, y el 57,8% declaró que se automedicaba.
El kit Covid-19
Incluso sin ninguna evidencia científica, el kit Covid-19 «se hizo viral», principalmente porque fue recomendado, producido y distribuido por el Ministerio de Salud y prescrito por muchos médicos. Mientras, Bolsonaro no perdía la oportunidad de promover el supuesto potencial curativo de estos medicamentos, y de aparecer públicamente sin máscara y en multitudes.
La ivermectina, medicamento contra los piojos, es uno de ellos. Fue indicado para el uso profiláctico, e incluso fue distribuido gratuitamente a la población por algunas secretarías municipales de salud. Se recomendó el uso continuo «durante toda la pandemia». El medicamento debe tomarse, en la dosis indicada por el médico, cada 15 días, frecuencia necesaria para mantener el «nivel plasmático del medicamento en el organismo de las personas mientras dure la pandemia». No es infrecuente encontrar personas que han adoptado esta práctica, sin ningún tipo de control médico y completamente inconscientes de los riesgos a los que exponen su salud.
El kit Covid-19 es un éxito en una sociedad con cultura curativa, acostumbrada a la automedicación, es cierto. Pero su mayor éxito es liberar a la gente: para trabajar (¡por supuesto!), pero también para la libre circulación, para organizar fiestas, desde las celebraciones familiares hasta las grandes aglomeraciones, desde la Nochevieja hasta el Carnaval.
Recientemente, los medios de comunicación captaron a diversos bañistas de las playas de la ciudad de Santos afirmando que el Covid-19 no existe, o que un médico de confianza les dijo que es suficiente utilizar el kit de Covid-19 porque la enfermedad no sería más que una gripecita. Algunos entrevistados retoman el discurso de Bolsonaro, que no se cansa de recordar que «¡todos vamos a morir algún día!». Pero al «todos vamos a morir» que retumba en las arenas de las playas le sigue: «Si puedo ir en autobús, tren o metro al trabajo, puedo ir a la playa los fines de semana».
Cuando el riesgo individualizado y la naturalización de la muerte se imponen como condición para la supervivencia, las estrategias sanitarias preventivas y colectivas, como las necesarias para la preservación de la vida durante la pandemia, pierden sentido. Es la esencia del Sistema Único de Salud (SUS) puesta en jaque.
Pandemia y desigualdades
Las decisiones y los discursos políticos son importantes. Impulsan el comportamiento, tienen el potencial de promover el caos o la cohesión social. En tiempos de pandemia, sus impactos son absolutamente evidentes. En Brasil, el comportamiento inducido se traduce en un aumento vertiginoso del número de casos, la aparición de nuevas variantes del virus, la falta de suministros esenciales (como el oxígeno en la ciudad de Manaos) y la explosión del número de muertes.
Esto es sólo la punta del iceberg. Los datos del PNAD COVID-19 y de la base de datos de hospitalización por Síndrome Respiratorio Agudo Severo (SRAS), analizados por las investigadoras Lígia Bahia y Jéssica Pronestino, muestran las desigualdades reproducidas y profundizadas por el caos y la falacia contenida en el «todos vamos a morir».
Según el PNAD, 28,6 millones de personas en Brasil fueron sometidas a pruebas de infección por coronavirus, de las cuales 6,3 millones resultaron positivas. Entre los que tienen ingresos de entre ½ y 1 salario mínimo, el 9,9% se hizo la prueba; entre 1 y 2 salarios mínimos, el 14,4%; entre los que ganan 4 o más salarios mínimos observamos un salto: el 29,3% se hizo la prueba.
La letalidad fue mayor entre los más pobres. El análisis mencionado anteriormente muestra que entre los pacientes hospitalizados con casos confirmados de SARS, teniendo en cuenta su color/raza, la letalidad fue del 56% entre los blancos, y del 79% entre los no blancos. Cuando se observa la proporción de muertes por nivel de escolaridad, se ve una mayor letalidad entre los que han estudiado hasta la primaria: 71,3% de las muertes entre los que no tienen escolaridad; 59,1% entre los que han estudiado hasta la primaria I; 47,6% entre los que han estudiado hasta la primaria II. En los niveles medio y superior vemos que la letalidad desciende: 35% entre los de nivel medio, 22,5% para los de nivel superior.
La muerte por Covid-19 tiene color, clase, ingresos y nivel de educación. Está determinada social y políticamente. La salud está determinada socialmente. Parece que el gobierno ha desaprendido esta valiosa lección. Esta es una evidencia observada también en otros países, pero agravada en Brasil.
Neoliberalismo y salud
La pandemia y las acciones de países como Brasil nos colocan ante dos desafíos urgentes y complementarios, especialmente sensibles para los sistemas de salud pública. El primero es comprender el poder y los impactos del proyecto neoliberal en nuestras sociedades y buscar caminos que permitan una reacción. El segundo es rescatar y renovar el debate conceptual y político de los determinantes sociales de la salud y afirmar ante la ciudadanía la importancia de que los gestores públicos actúen desde y sobre ellos.
En este contexto, el neoliberalismo se manifiesta en la falta de horizontes, individual y colectivamente compartidos; en el presentismo que mantiene a las personas en las urgencias de la vida cotidiana. Con las posibilidades de supervivencia reducidas a la gestión individual del riesgo, el individuo desestima lo colectivo, es responsable de su destino y, perversamente, de su salud, lo que hace encantadora la falaz promesa de curación del Kit Covid-19.
La eliminación de lo social promovida gradualmente por el proyecto neoliberal en Brasil está en el centro de la crisis que enfrentamos hoy. Es necesario rescatar la centralidad de la comunidad si queremos que la muerte no sea el único horizonte posible.
Autor
Cientista social. Profesora del Programa de Postgrado en Sociología Política del Instituto Universitario de Investigaciones de Rio de janeiro, Univ. Candido Mendes (IUPERJ / UCAM). Doctora en Ciencias Sociales por la Universidad Estatal de Campinas (UNICAMP).