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Las últimas crisis en A. L.: no son lo mismo, pero son iguales

América Latina da la razón, una vez más, a Sidney Tarrow en que hay ciclos de acción colectiva, es decir, una especie de efecto contagio entre los países y sus períodos de conflictividad. Pero, y esto lo hemos debatido en el Instituto de Iberoamérica, aunque las crisis muestran similitudes estructurales, también hay diferencias que permitirían clasificarlas en al menos tres tipos: crónicas, tendencialmente políticas y tendencialmente económicas.

Vamos con las similitudes. Los militares son, una vez más, protagonistas, árbitros y el peso que inclina la balanza. Dan soporte estructural al Gobierno de Venezuela (y tienen un papel similar en Nicaragua), evitaron que Lenín Moreno fuese el cuarto presidente electo del Ecuador contemporáneo que no termina su mandato, mientras que en Bolivia “sugirieron” que el presidente Evo Morales renunciara.

Esta última acción ha generado un debate sobre la naturaleza de los golpes de Estado en el siglo XXI que se ha centrado en que: 1) no hubo golpe al no haber acción violenta contra el presidente (como si la sola amenaza no lo fuera) y 2) las irregularidades electorales o la misma candidatura de Morales, fruto de la venia de una Corte Constitucional de dudosa independencia, son precedente y justificación.

Los brutales niveles de represión y muertes, además del dolor de personas y familias, son una pésima noticia para la democracia no solo por el estigma sobre los Gobiernos, sino también como indicio de que la capacidad de las instituciones y de las personas para manejar los conflictos es deficiente o ha sido superada. Además, la violencia no es solo del Estado, sino que también hay grupos de manifestantes que la usan de forma premeditada y organizada.

Son crisis que tienden a convertirse en partidas del ajedrez geopolítico internacional. En Venezuela, están presentes todos los “grandes maestros” y, en casos como el de Bolivia o Chile, el apoyo internacional a los bandos se ha dado por afinidad ideológica, más allá de los hechos. En el primer caso, hay que recordar la determinante actuación de la Organización de Estados Americanos (OEA). Y en los otros, la vuelta de un clásico: el Fondo Monetario Internacional (FMI), catalizador de la ira de las protestas en Ecuador o el culpable de la situación económica de Argentina para algunos.

Para explicar lo que pasa en la región, hay que mirar la desigualdad estructural como variable explicativa»

Como siempre, para explicar lo que pasa en la región, hay que mirar la desigualdad estructural como variable explicativa, sin olvidar que no se trata de un fenómeno limitado a la abismal diferencia entre los más ricos y los más pobres, sino de una diferenciación estructural en la que también están presentes factores sociales, étnicos, regionales, de clase y estatus, que trazan una frontera entre grupos cuyo enfrentamiento se refleja, en cuanto a lo político, en una situación de extrema polarización.

Dentro de las diferencias, casos de crisis crónicas son Venezuela y Nicaragua. Ambos países tienen Gobiernos de tendencia autoritaria bastante consolidados en el poder, en los que ha habido episodios de represión de demandas sociales y cuya población busca permanentemente la acción colectiva a través de mecanismos de voz, salida o lealtad. Son crisis multicausales que pueden agravarse por problemas económicos o humanitarios. También se podría incluir aquí el particular caso de la crisis estructural de Haití, pero con la diferencia de que no cuenta con un Gobierno fuerte que controle al aparato del Estado.

Son crisis tendencialmente políticas los casos de Bolivia y Perú. En estos, se ha dado una estructura de oportunidad que ha permitido aflorar el descontento de la población o políticos a partir de situaciones de polarización y conflictos sociales o institucionales no resueltos.

En el primer caso, se ha sumado el orden social y político que dio forma a un Estado cruzado por una “frontera étnica” que el gobierno del Movimiento al Socialismo (MAS) no pudo reducir. Por el contrario, fue potenciada de forma latente por la reacción conservadora a sus medidas de inclusión y visibilidad multicultural. En este escenario, la democracia no ha funcionado, pues no se ha impuesto la idea de igualdad ciudadana (base del régimen y del Estado de derecho) ni el respeto a las normas sobre distribución del poder. Los múltiples intentos del gobierno de Morales por reelegirse o el proceso para que “Dios vuelva al palacio” son la mayor evidencia.

Perú, por su parte, es un país atípico en el que las crisis políticas no generan extrema conflictividad social, quizá por la falta de actores o partidos que movilicen. Resulta sorprendente que la salida de Pedro Pablo Kuczynski y la disolución del Congreso por Martín Vizcarra no hayan tenido repercusión social o económica.

Son casos de crisis tendencialmente económica, Chile y Ecuador. Del primero, mucho se ha dicho ya de la desigualdad económica y de un modelo que confía en un mercado poco regulado, que no permite a las familias satisfacer sus necesidades. Mientras, en Ecuador estamos más bien ante un Estado quebrado en el que el sector público ya no puede tirar de la economía, y con el agravante de un sector privado poco dinámico. El periodo anterior representó la mayor bonanza de la historia, lo que dejó una estructura de gasto insostenible a cuyos intentos de ajuste reaccionó la sociedad.

En los dos casos, una condenable represión fue la primera respuesta a las demandas sociales; pero, a diferencia de Ecuador, que tiene actores políticos y un Gobierno débil poco operativo, Chile ha sacado a relucir esa fortaleza institucional (en su momento, fue poco permeable a las demandas sociales) a través de una convocatoria por parte del Gobierno y los partidos a un proceso que haga replantearse el modelo económico, político y social heredado de la dictadura.

Fotos de Carlos Caicedo en Trend Hype / CC BY-NC-SA

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Cientista político. Director del Instituto de Iberoamérica de la Universidad de Salamanca. Profesor de Ciencia Política con especialidad en política comparada de América Latina. Doctor y Máster en Estudios Latinoamericanos por la Universidad de Salamanca.

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