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Los retos del nuevo ciclo progresista

La victoria de Gustavo Petro y Francia Márquez en Colombia y la constante ventaja de Luiz Inácio Lula da Silva en las intenciones de voto para presidente de Brasil indican que los vientos progresistas vuelven a soplar en Sudamérica. Sin embargo, a diferencia del ciclo anterior que se inició con Hugo Chávez en Venezuela en 1998 y tuvo como eje Caracas-Brasilia-Buenos Aires, el ciclo actual tendrá un nuevo eje estratégico: Santiago-Brasilia-Bogotá. Este nuevo ciclo progresista se enfrentará a tres retos políticos estructurales: la renovación de las izquierdas; la economía y el desarrollo, con énfasis en la emergencia climática; y la creciente polarización política.

 Las izquierdas y la renovación política

Según un estudio de Latinobarómetro de octubre de 2021, el 70% de los encuestados se declaró insatisfecho con el gobierno de su país. Estos datos son una prueba más de que la agenda de la renovación política se ha ido imponiendo en las democracias de América del Sur en la segunda década del siglo XXI y que las instituciones y las élites políticas que lideraron la redemocratización en la región están agotadas.

El futuro ciclo progresista aborda este problema de diferentes maneras, siendo Chile su expresión más radical. Llama la atención la dimensión renovadora de la Asamblea Constituyente, con su paridad de género y la representación de los pueblos originarios, algo impensable antes del «estallido».

En Colombia, la renovación aparece en forma de una composición con las tradiciones del progresismo de ese país, en la unión entre Gustavo Petro, un ex guerrillero y político que que fue diputado y alcalde, y Francia Márquez, una activista negra, líder ambientalista y antirracista.

Por último, Brasil parece tener el proceso político menos abierto a la renovación, con la candidatura de Lula y Geraldo Alckmin, dos políticos experimentados que han ocupado cargos importantes. Sin embargo, es posible ver una renovación en las otras disputas electorales que se producen en paralelo a la elección presidencial, como en el Congreso y en la disputa por algunos de los gobiernos estatales más importantes. Habrá una enorme presión y expectativas para una composición más representativa en términos de género y raza en el gobierno de Lula.

Dificultades económicas

Un factor común es el reto de consolidar este anhelo de renovación en una agenda política y económica de gobierno. Boric, Petro y Lula afirman una prioridad de lucha contra la pobreza y la consolidación de los derechos sociales que dialoga con la crisis social que atraviesa la región y que explica la sucesión de levantamientos populares ocurridos en Argentina, Bolivia, Chile, Colombia, Ecuador, Paraguay y Perú desde 2019.

Sin embargo, los tres buscan impulsar una alianza con cierta agenda pro mercado: Boric eligió como ministro de Economía al ex presidente del Banco Central Mario Marcel, defensor de la autonomía del organismo; Petro anunció como ministro al economista Antonio Ocampo, que formó parte de gobiernos liberales y apoyó a la derecha en las elecciones; y Lula, que evita hablar de nombres, tiene en Alckmin un «garante» de que no hará una gestión radical.

Entre la prioridad dada a los temas sociales y a los pactos con el mercado, está la cuestión medioambiental, presentada por los tres líderes progresistas como la dimensión que impulsará las economías de Chile, Colombia y Brasil en sus gobiernos. Boric anunció, en un discurso ante empresarios antes de tomar posesión, que dirigirá un gobierno «ambientalista» y que «afrontará la crisis climática». Petro, en su primer discurso como presidente electo, afirmó que la «justicia ambiental» será un trípode de su gobierno. Y Lula viene articulando en su programa una propuesta de New Deal verde brasileño.

Este es un reto para los progresistas de los tres países, cuyas economías tienen en la minería, la agroindustria y el uso de combustibles fósiles uno de sus principales pilares. El hecho es que hacer viable la agenda medioambiental es fundamental para conectar con la demanda de renovación de la política y la democracia, y puede ayudar también a la resolución de la tercera dimensión, que es la polarización.

Polarización política

Desde 2015 la región ha visto una hegemonía política de la derecha: ese año Mauricio Macri ganó las elecciones presidenciales en Argentina y la oposición al chavismo obtuvo la mayoría en el parlamento venezolano. En 2016, el golpe parlamentario contra Dilma consolidó la ola de la derecha sudamericana. En 2017, Ecuador eligió a Lenin Moreno, sucesor del izquierdista Rafael Correa, con el que rompió inmediatamente; en 2018, Sebastián Piñera volvió a la presidencia de Chile; en 2019, Uruguay eligió a Lacalle Pou, del Partido Nacional; ese mismo año, un golpe de Estado en Bolivia provocó la dimisión de Evo Morales.

Los signos de un renacimiento progresista comenzaron en 2019, con el triunfo de Alberto Fernández y Cristina Kirchner en Argentina. Ese mismo año, Chile se vio sacudido por el «estallido social», un levantamiento popular que condujo a la convocatoria de la Asamblea Constituyente e impulsó una radical renovación política que culminó en 2021 con la elección de Gabriel Boric como presidente. También en 2021, Pedro Castillo ganó las elecciones en Perú. Y un año antes, en 2020, Luis Arce ganó las elecciones en Bolivia.

Sin embargo, la ultraderecha autoritaria sigue siendo extremadamente fuerte en Chile y Colombia, y también lo será en Brasil, aunque Bolsonaro pierda las elecciones. Esto implica un escenario no sólo de polarización, sino de mantenimiento de la violencia política como método de acción y movilización. Las agendas de defensa de la familia y los valores cristianos, la «tolerancia cero» contra los movimientos sociales y la diversidad en defensa del orden seguirán guiando la sociedad y las instituciones de los tres países.

El tipo de polarización política y social que provoca esta extrema derecha no desaparece al día siguiente de las elecciones. Por el contrario, puede incluso empeorar con estos sectores en la oposición. El panorama político en Estados Unidos lo confirma, con la radicalización de los republicanos, el ataque a los derechos por parte del Tribunal Supremo y la creciente violencia social.

No bastará con volver al desarrollismo progresista del siglo XXI. Necesitamos una estrategia concreta para reconstruir el tejido social e institucional que incluya la lucha contra la pobreza, pero también la adhesión efectiva y concreta de la izquierda tanto a la agenda socioambiental como a la demanda de renovación política y democrática.


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Autor

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Profesor de la Universidad Federal de Río de Janeiro (UFRJ) y de la Universidad Federal Rural de Río de Janeiro (UFRRJ). Doctor en Ciencia Política por el Instituto de Estudios Sociales y Políticos de la Universidad del Estado de Río de Janeiro (IESP/UERJ).

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