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America Latina y el desarrollo: problemas y oportunidades

Los pueblos están en marcha; Chile, Ecuador, España, Líbano, Hong Kong, Argelia, Iraq, Venezuela, Rusia, Honduras o Etiopía. En distintos lugares del mundo, como es el caso de América Latina, hay una sucesión de grandes manifestaciones, protestas, esperanzas y frustración. Se retoman viejos profetas o surgen nuevos. Incluso nuevas, como la popular adolescente sueca Greta Thunberg.

Por cierto, no es novedad que haya protestas, ni siquiera con el grado de participación o de violencia que hemos visto últimamente. Pero hay elementos que sí llaman la atención. Uno es la sincronía con la cual surgen las manifestaciones, lo que no quiere decir que tengan el mismo significado ni los mismos objetivos. Otro elemento es que son protestas de rechazo para derribar un Gobierno, contra privatizaciones, para reivindicar libertades coartadas o ante la corrupción. Generalmente, carecen de una clara o profunda propuesta alternativa. Las grandes utopías dominantes de fines del siglo XIX han perdido espacio, sobre todo las que tenían visiones globales. En su lugar, crece el nihilismo, en muchos sitios, opuesto a un renacer de utopías nacionalistas.

Estamos, sin duda, ante un momento de mucha confusión y falta de visión estratégica, lo que es característico en períodos de transición del sistema cuando el sistema internacional se encuentra en una crisis coyuntural, inmerso entre cambios de modos de producción u otras fuerzas directrices. En el caso actual, la transición es el paso del predominio de la sociedad industrial a la sociedad de la información. Los sistemas de producción del viejo paradigma quedan relegados, y con ellos, culturas, estructuras políticas y los grupos sociales que ahí han operado. Viejas potencias pierden su dominio y surgen nuevas. Más allá de los vaivenes, en los cuatro siglos que lleva la construcción del sistema internacional hay una cosa que se ha mantenido: una continuidad en la creciente interdependencia mundial.

El «América primero» del presidente Donald Trump no es necesariamente una señal de menor conexión del sistema internacional, sino el intento de mantener influencia, al menos en espacios delimitados. De ahí la reactivación de la Doctrina Monroe. Es importante recordar que la interconexión mundial no quiere decir que no haya subsistemas. Los hay y se siguen expresando, en gran medida, a través de Estados en los que ciertos grupos de interés chocan con otras unidades como si fueran capas tectónicas, por lo que generan convulsiones en el sistema internacional y de las que pueden permanecer ajenos cada vez menos.

En cuanto a la política, se van imponiendo nuevos formatos de unidades del sistema. De la mano de la irrupción de China y la India, el viejo formato de «Estados nación» se va erosionando a la sombra de los «Estados civilización». Estos son Estados de gran dimensión geográfica, con proyección de poder en un espacio aún mayor y unido por elementos de contenido cultural y geopolítico. Estados Unidos ha tenido este papel con respecto al mundo «occidental», y ahora se ve desafiado por nuevos y avanzados pretendientes a conformar «Estados civilización». La respuesta de EE. UU. es defensiva, retrayéndose a su «Estado nacional» y debilitando su esfera «civilizacional» de influencia en el sistema. Por su parte, la Unión Europea va comprendiendo la nueva realidad, pero todavía sin una proyección decisiva más allá de sí misma. Rusia ha realizado su proceso de transformación durante el gobierno de Vladímir Putin, proyectándose civilizatoriamente en Eurasia y globalmente a través de su alianza con China y la India, de la cual, una de sus expresiones es la coordinación de los BRICS.

Las sociedades exigen bienestar, pero hay que financiarlo, por lo que el desarrollo es uno de los desafíos pendientes de la región»

Este es el marco estructural en el que están inmersas las actuales crisis políticas en América Latina. Las sociedades exigen bienestar, pero hay que financiarlo, por lo que el desarrollo es uno de los desafíos pendientes de la región. Independientemente de la ideología que puedan haber tenido los modelos económicos aplicados en la región (desde Cuba hasta Chile), existe algo en común, y es que ninguno ha logrado romper con la dependencia de las materias primas. De igual manera, las economías de la región, caracterizadas por exportaciones monopolizadas por unos pocos commodities, han quedado dependientes en su gran mayoría a unos pocos mercados. En el caso de México, las exportaciones han pasado a ser predominantemente de productos industriales.

Sin embargo, esto se ha hecho a costa de acuerdos comerciales que han desmantelado al Estado, generando un vacío de control territorial, el cual ha sido rellenado por distintos grupos, entre los que están los carteles de narcotraficantes. Por lo tanto, se desarrollan enclaves, no la nación en su conjunto. Además, se acentúa la característica latinoamericana de dependencia de un mercado receptor de exportaciones. No hay que inventar la rueda, como planteara el economista Raúl Prebisch, en la Comisión Económica para América Latina (Cepal) en los años cincuenta. Cuando bajan los precios de los productos de importación, o los mercados receptores imponen sus condiciones, se hace evidente la vulnerabilidad periférica del subdesarrollo latinoamericano.

Para contrarrestar lo anterior, algunos Gobiernos eligen aproximarse a un Estados Unidos que no mira más que a sí mismo o a la Unidad Europea, que todavía no se encuentra consigo misma. Otros intentan aproximarse a las potencias emergentes como lo son China o Rusia, que carecen de capacidad para crear condiciones de desarrollo en América Latina. Esto último, porque su prioridad está en que la prosperidad de sus habitantes y su crecimiento económico gire en torno a una vieja receta: exportar productos de mayor valor agregado e importar materias primas lo más barato posible. Aceptar este modelo es, por lo tanto, para América Latina, continuar viviendo en la sombra del subdesarrollo periférico.

Entonces, ¿quo vadis, América Latina? Lo primero es aprender del pasado para mirar hacia adelante. Sin la creación de valor agregado en la producción, difícilmente habrá desarrollo. Segundo, sin mercados propios resilientes, aumenta la vulnerabilidad a los vaivenes del sistema internacional. Tercero, la pertenencia a una esfera de dominio de una gran potencia y «Estado civilizacional» no asegura la prioridad de intereses de desarrollo de los países latinoamericanos. Superar la fragmentación y crear mercados comunes sigue siendo una condición para el desarrollo. Cuarto, la integración no puede ser solo un asunto de mercados o instituciones: requiere apoyo popular y transformación cultural. Quinto, ninguna política de desarrollo local puede estar desconectada de un profundo análisis de sus posibilidades y limitaciones en el sistema global. 

Foto de Casa de América en Foter.com / CC BY-NC-ND

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Historiador económico y profesor titular en Estudios Latinoamericanos en el Instituto Nórdico de Estudios Latinoamericanos de la Universidad de Estocolmo. Investiga en temas de geopolítica y desarrollo.

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