Las elecciones legislativas del 13M ratificaron el giro paulatino de Colombia hacia la centro izquierda desde el Acuerdo de Paz de 2016. A cinco años y medio del final del proceso que reincorporó a la vida civil a la guerrilla más antigua de América Latina, el país celebra este año las primeras elecciones nacionales en las cuales la exguerrilla ya no es el tema dominante. De hecho, si hace 4 años su exiguo respaldo se cristalizó en 52.532 votos, esta vez, y a pesar del cambio de franquicia a Partido Comunes, descendieron a 31.116 en todo el país. No obstante, en La Habana se pactaron 5 curules en el Senado entre 2018 y 2026.
Como consecuencia de que el problema de la violencia política se volvió secundario, aunque persiste en la forma de asesinatos sistemáticos a líderes sociales y excombatientes, el sistema político se ha visto tensionado por una conflictividad social cuya válvula de escape fueron las multitudinarias protestas callejeras de 2019, 2020 y 2021. Si bien estas no produjeron un estallido social como en Chile, están generado de rebote algunos cambios en la agenda electoral y en los liderazgos emergentes. Todo ello de manera gradual, dentro de la inveterada medianía colombiana.
Política tradicional y aires de renovación: la composición del próximo Congreso
El domingo 13, la partida entre la política tradicional y la renovación quedó en tablas. De un lado, los dos partidos políticos tradicionales demostraron que son muertos que gozan de buena salud, especialmente por la movilización regional de sus maquinarias. Y como es habitual, una parte de los futuros padres de la patria son alfiles de personas condenadas por la justicia o incluso ellos mismos han sido sancionados o están siendo investigados.
De otro lado, como ocurre desde la Constitución de 1991, el tradicional bipartidismo liberal-conservador fue desafiado una vez más por un caótico multipartidismo: el sistema colombiano es un Frankenstein en el que 22 partidos y movimientos están reconocidos por el Consejo Nacional Electoral. En este escenario, parece obvio decirlo, sobresalen las microempresas electorales y las ideologías brillan por su ausencia.
En consecuencia, la composición del legislativo será bastante plural, lo cual le augura al próximo ejecutivo un dispendioso trabajo de negociación, en un régimen presidencialista en el que el órgano colegiado se ha caracterizado por escaso control político y por ejercer el papel de “notario” de las iniciativas del gobierno de turno. Además, la representación será fragmentaria: habrá 11 fuerzas políticas en el Senado y 30 en la Cámara de Representantes (entre partidos y coaliciones).
La composición del congreso 2022-2026 también será plural por las tendencias ideológicas. Aunque en ambas cámaras los partidos Liberal y Conservador obtuvieron el mayor número de escaños –58 y 43 respectivamente–, el Pacto Histórico, movimiento liderado por Gustavo Petro, obtuvo 44 escaños, una votación histórica para la izquierda: 16 en el Senado, donde se convirtió en la fuerza más representativa a la par de los conservadores, y 28 en la Cámara, segundos después de los liberales.
Sin embargo, aunque será un congreso más plural que el actual, solo hasta el 20 de julio se sabrá su signo ideológico. El Estatuto de la Oposición trae la curiosa exigencia de que los partidos deben decidir dentro del mes siguiente del inicio del nuevo gobierno si serán oficialistas, independientes o de oposición. Es probable que sea más afín a un eventual gobierno de derecha que a uno de izquierda o de centro. A fin de cuentas en Colombia, se dice, hay más conservadurismo que partido conservador.
De azul a rosado: el lento viraje ideológico
Aunque las legislativas tuvieron una participación del 46% del electorado (2 puntos menos que en 2018), la mayor atención de la jornada electoral la recibieron las consultas de las tres coaliciones que postularán candidatos a la presidencia el 29 de mayo. El Pacto Histórico obtuvo la votación más alta, y ungió a Gustavo Petro con un contundente respaldo de 4’487.551 votos. La coalición de derecha llamada “Equipo por Colombia” eligió al exalcalde de Medellín Federico Gutiérrez con 2’160.329, mientras que la coalición de Centro Esperanza se desplomó y Sergio Fajardo solo obtuvo 723.084 apoyos ciudadanos.
Aunque paradójicamente el presidente Iván Duque es uribista y el Centro Democrático tiene la bancada de senadores más numerosa (19), el 13M se formalizó el declive electoral del uribismo. La razón es de Perogrullo: Álvaro Uribe salió del escenario electoral luego de renunciar a su curul en el Senado en 2021 en medio de la investigación de la Corte Suprema de Justicia en su contra por manipulación de testigos. Así, sin su mayor elector, el Centro Democrático perdió 5 sillas en el Senado y el lunes 14 su candidato renunció a su aspiración presidencial, precipitando la transición hacia un uribismo sin Uribe.
Algunos datos dan cuenta del paulatino cambio que está operando en la política colombiana: de 294 escaños que tiene el Congreso, 83 estarán ocupados por mujeres, 8.5% más que en el actual. También fueron elegidas 16 curules reservadas a las víctimas provenientes de las regiones más golpeadas por el conflicto armado y previstas en el Acuerdo de Paz. Como los ganadores de varias de ellas han sido cuestionados, el pronóstico sobre la representación efectiva que tendrán las víctimas es, por ahora, reservado. Más mujeres, más líderes sociales, más activistas, más líderes ambientales, una líder palenque y varios influencers delinearán los perfiles de los nuevos legisladores.
En cualquier caso, el fenómeno electoral del 13M fue la histórica votación que obtuvo Francia Márquez en la consulta del Pacto Histórico –783.160 votos–, una líder ambiental afro que encarna el discurso de cambio que cuestiona radicalmente el status quo y la política tradicional. Su votación debe leerse como un llamado de las minorías afro, indígenas y alternativas –a quienes llama “los nadies”– por ser incluidos. Con un discurso enmarcado en categorías identitarias y posmodernas expresa demandas de cambios estructurales, y su propuesta alrededor del concepto de “vida digna” tiene el potencial de ponerle prosa a las reformas que mujeres, estudiantes y comunidades rurales reclaman en forma de poesía: “hasta que la dignidad se haga costumbre”, “soy porque somos”. Allí está el germen de un cambio de generación y de época en la política colombiana.
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Autor
Profesor investigador senior en la Universidad Autónoma de Chile. Doctor en Ciencias Políticas de la Pontificia Universidad Católica Argentina (Buenos Aires). Abogado por la Universidad Pontificia Bolivariana (Medellín).