Los historiadores del futuro tendrán mucho que decir sobre cómo el trumpismo, una forma extrema de populismo de derecha, acercó el populismo al fascismo y a la dictadura, pero también cómo y por qué fue rechazado a fines del 2020. Joe Biden fue votado por un número récord de estadounidenses, más de 81 millones de ciudadanos, unidos por su rechazo al trumpismo.
Para citar al escritor Jorge Luis Borges, no los unía el amor, sino el espanto. La pregunta actual que aplica al presente de EE. UU., y al futuro de países como Brasil o Hungría, es: ¿se puede hacer política solo con el miedo al pasado imperfecto?
Por un lado, Biden se enfrenta a una crisis sanitaria y económica sin precedentes. Por otro lado, el presidente electo tiene que resolver una crisis política que, en ciertos sentidos, ya se vio en el pasado.
¿Cómo reconstruir la democracia y generar apoyo en un frente electoral popular que lo eligió por no ser Donald Trump? A Biden no le alcanzará con ser honesto, no ser racista y discriminador o simplemente con evitar el escándalo permanente, la mentira constante y la manipulación total del paisaje mediático electrónico (Twitter, en particular) y la demonización de los medios de comunicación.
Biden necesita ampliar la democracia»
Biden necesita ampliar la democracia, mejorar las condiciones de vida, de salud, y de educación, para representar a sus votantes y no volver a la inercia del pasado.
En muchos casos el antitrumpismo advirtió sobre el peligro dictatorial y el riesgo del fascismo representado por el trumpismo, pero muchas veces la crítica se propuso un mito alternativo, una versión idealizada del excepcionalismo histórico, la idea de una normalidad antes de Trump que nunca fue tan normal. Sin embargo, un cordón sanitario, como lo demuestra, por ejemplo, el caso de Francia con las candidaturas de Le Pen, no es suficiente para mantener el apoyo a largo plazo.
La era pre-Trump también tuvo elitismo, un papel predominante de la tecnocracia, la mano dura policial de Bill Clinton y la desregulación de Wall Street y los bancos, o la falta de acción o, incluso, la adopción de medidas a veces regresivas de la administración de Barack Obama con respecto a los inmigrantes, el descontrol con las armas, la continuidad de la represión policial y las tasas pantagruelescas de encarcelamiento de minorías, el confinamiento de la educación publica y tantos otros problemas que alejaron a muchos ciudadanos del partido demócrata.
Si piensa al trumpismo como un mero paréntesis, la flamante administración de Biden verá una merma del gran apoyo obtenido. Si no apoya el trabajo de la justicia en la investigación de las posibles acciones criminales del líder saliente, puede pasar lo mismo.
La misma vara se aplica a su futura política exterior y su relación con líderes democráticos y autoritarios. Es predecible un acercamiento con la Comunidad Europea, pero qué pasará con los cómplices de Trump a escala global ¿Cuál será su política con el trumpismo tropical de Jair Bolsonaro en Brasil? ¿Cómo será su comportamiento con respecto a la dictadura de Nicolás Maduro en Venezuela o el reino de Arabia Saudita?
Siempre está la posibilidad de que Donald Trump no desaparezca de la escena»
No hacer nada no es una opción viable. Pero siempre está la posibilidad de que Donald Trump no desaparezca de la escena y, con ello, recordarle a una mayoría de ciudadanos los fracasos de su gobierno. Solo un presidente norteamericano, Grover Cleveland, perdió su reelección en 1888, pero luego derrotó al presidente Harrison que lo había derrotado y volvió a la Casa Blanca después de cuatro años. Pero a diferencia de Trump, Cleveland ganó la mayoría del voto popular en sus tres elecciones presidenciales, mientras que Trump siempre fue un presidente rechazado por la mayoría.
En cualquier caso, Trump le puede brindar a Biden algunos meses, un respiro, para no comenzar a hacer lo que es necesario.
El mismo hecho de que en este momento Trump, y, en medida decreciente, el Partido Republicano, nieguen los resultados democráticos debería ser una advertencia contra la urgencia para declarar los últimos cuatro años como un paréntesis en una democracia por lo demás saludable. La democracia americana debe ser mejorada y ampliada en términos sociales, económicos y políticos.
Después del fin de las dictaduras latinoamericanas de la Guerra Fría, como había sucedido en Europa después del fin de los regímenes fascistas en 1945, estas posiciones presentadas por muchos, incluyendo a intelectuales de alto perfil, resultaron equivocadas e ingenuas a medida que continuaban y continúan surgiendo diferentes formas de autoritarismo y xenofobia a ambos lados del Atlántico.
Pensar en el fascismo o el autoritarismo populista como una aberración, y no como expresiones de fuertes tendencias locales y globales, puede presentar una fuerte barrera al trabajo de reconstrucción democrática necesario para desarraigarlos.
La historia estadounidense, como cualquier otra historia, presenta patrones de continuidad y cambio nacionales y globales. Recordar nuestras historias de democracia y la de aquellos que quieren minimizarla o destruirla es una tarea clave para defender la democracia y cambiarnos a nosotros mismos.
Foto de Gage Skidmore en Foter.com / CC BY-SA
Autor
Profesor de Historia de New School for Social Research (Nueva York). Fue profesor en Brown University. Doctor por Cornell Univ. Autor de varios libros sobre fascismo, populismo, dictaduras y el Holocausto. Su último libro es "Brief History of Fascist Lies" (2020).