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Reflexiones sobre las elecciones de El Salvador

Los escenarios alternativos a la democracia republicana parecen aglutinarse en el estado fallido de Haití, o en los modelos autocráticos impopulares de izquierda o ahora en los modelos autocráticos populares de derecha, como el de El Salvador.

Nayib Bukele ha sido reelegido. El 84% de los votantes salvadoreños lo han apoyado. Hay muchas cosas para decir; de hecho, se están diciendo o escribiendo en estos momentos. Muchos analistas alertan sobre un peligroso giro autocrático, otros insisten en el carácter popular de este fenómeno.

He presenciado estas elecciones y quisiera resaltar algunos aspectos. Me gustaría darle contexto regional. En primer lugar, puedo asegurar que se trató de comicios con garantías: cualquier activista democrático de Nicaragua, Cuba, Venezuela o incluso Bolivia envidiaría las condiciones de competitividad electoral. Hubo una autoridad electoral que hizo grandes esfuerzos por implementar un proceso electoral acorde con los estándares internacionales de elecciones con integridad, y lo ha logrado en gran parte.

Elecciones limpias

Entre varios aspectos, hay que destacar la presencia de representantes de partidos de la oposición en los centros de votación, donde, para sorpresa de todos los observadores internacionales, incluso se advertía un cordial vínculo con los representantes del partido de gobierno. Estos “vigilantes” partidarios de la oposición pudieron estar presentes en el transcurso de la jornada electoral, presenciar el escrutinio en las juntas receptoras de votos, defender sus votos y llevarse una copia del acta de mesa con sus resultados. Esto que remarcamos parece un tema menor, pero no lo es. En una etapa posterior, cuando se registraron problemas en la transmisión de las actas de las juntas receptoras de votos de los centros de votación, el Tribunal Electoral rápidamente convocó a los partidos y tomó la decisión de realizar el escrutinio definitivo abriendo todas las urnas, contando voto por voto. Insisto. Esto no es poca cosa en esta América Latina convulsionada.

Ahora bien, que haya garantías no significa que no se advirtiera una situación de ventajismo electoral en beneficio de un partido de gobierno que cuenta con llave de oro en la Asamblea y con un líder carismático como Bukele, que a esta altura se ha transformado en una referencia en el mundo. Hubo ventajismo, y puede que esto haya engrosado en algo su caudal de votos, pero uno infiere que no hay sobrerrepresentación sino un fenómeno popular incontenible.

En otras palabras, se constató una cancha electoral inclinada por sustento administrativo/institucional (por ejemplo, con relación a las demoras en las asignaciones de los fondos para campaña electoral), pero sobre todo por el extraordinario escenario político en donde un hombre y un partido absorben un respaldo popular poco frecuente en sistemas políticos caracterizados por la diversidad y el pluralismo.

Esta asimetría de fondo puso a todo el entramado institucional en crisis. De igual modo, ese porcentaje de respaldo abrumador responde a un nivel de participación bajo, que ronda el 52% del registro electoral. En definitiva, los que participan apoyan de modo abrumador a Bukele, pero hay un porcentaje alto que no participa que requiere también una lectura política.

El enorme apoyo a Bukele

Acerca de las causas que dan lugar a este fenómeno popular, las hay muy variadas. La mayoría coincide en que la lucha contra el crimen organizado ha sido la razón principal. No puede soslayarse el hecho de que el Estado de El Salvador estuvo al punto de la disolución dado que las pandillas en tanto organizaciones paraestatales pusieron en entredicho las capacidades de ese Estado para garantizar la unidad territorial. Bukele recuperó el control por parte del Estado, volvió a centralizar el poder, se hizo nuevamente con el control monopólico de la fuerza y a partir de ahí volvió la seguridad a los ciudadanos, que lo premiaron con su apoyo incondicional. Esto se hizo en un contexto de estado de excepción que se renueva cada treinta días por la Asamblea.

En este pasaje se derrumbó el sistema de partidos, el último bipartidismo de América Latina, y Bukele no se autocontroló como hubiese hecho un republicano convencido; por el contrario, aprovechó ese poder para avanzar sobre otros poderes. El caso más emblemático fue cuando una Asamblea con mayoría especial del partido de gobierno cambió los miembros del Tribunal Constitucional para lograr la habilitación de Bukele a competir por su reelección. Este ha sido el aspecto más cuestionable del proceso electoral.

Las comparaciones de este proceso con el de Hugo Chávez han surgido a borbotones, aunque yo encuentro algunas diferencias sustanciales. Ambos presentaron una notoria pulsión por concentrar poder, eso es claro. Ahora bien, Chávez era de izquierda, con una posición abiertamente anticapitalista. Su admiración por el modelo de Cuba hizo desmantelar el aparato productivo, expulsó a millones de venezolanos de su propio país y empobreció a la población que quedó atrapada en el país. Un modelo viejo, de impronta comunista, anclado a una narrativa de la izquierda “revolucionaria” de América Latina. Hizo de la inseguridad una política de Estado, la propagó al constituir colectivos armados, verdaderas fuerzas de choque paraestatales, consagrando la impunidad y empoderando al crimen organizado. Un estado de excepción de hecho y permanente. De la escasez y la centralización del poder se conformó ese modelo de control social que impera a día de hoy. Van 26 largos y penosos años de este régimen, que cuando dejó de ser popular intervino el Consejo Nacional Electoral y suprimió las elecciones libres para implementar fraudes electorales escandalosos. 

El perfil de Bukele es distinto. Comparte con el chavismo una concepción antirrepublicana de marcado sesgo autocrático, pero el presidente de El Salvador tiene una concepción económica capitalista, de derecha, que levanta banderas conservadoras e innovadoras a la vez. Gestiona, busca inversiones, proyecta, y eso ya es una diferencia notable con el chavismo. En lo que respecta al ejercicio de derechos políticos, en Venezuela no pueden votar los que se encuentran en el país y menos lo pueden hacer los que expulsó la dictadura en todo este tiempo.

En cambio, en El Salvador no solo pueden votar con garantías los inscritos en el registro electoral, sino que, además, tras una reciente reforma política electoral, se implementó tecnología en el voto en el exterior para los salvadoreños expulsados por la falta de oportunidades brindadas por su propio país. El Tribunal Supremo Electoral implementó el voto remoto por internet y el voto remoto en el exterior presencial, y el resultado fue impactante, porque creció la cantidad de electores, pasando de algo más de 3.800 en las elecciones de 2019 a más de 560.000 en estas últimas elecciones.

Claro que su vínculo con China preocupa y genera incertidumbre, porque allí podría insinuarse un modelo político a seguir, con el condimento americano propio, por cierto.

Una autocracia de derecha

Entonces ¿a dónde va Bukele luego de este triunfo categórico? Ese “régimen democrático de partido único” anunciado en el discurso en donde se autoproclamó vencedor será un hecho, y salir de allí no será fácil porque esto parece funcionar mientras acompañe el viento a favor. Cuando cambia el clima político o económico, los perfiles autócratas tienden a consagrar nuevos giros autoritarios que les permitan conservar el poder.

Los que tenemos un compromiso con la democracia nos sentimos interpelados por el caso de El Salvador. Es muy evidente que la democracia ha presentado fallas importantes que han generado pérdida en la calidad de vida y descontento generalizado por parte de la ciudadanía. Sus débiles entramados institucionales fueron permeados por la corrupción y el crimen organizado. En no pocos casos, los partidos políticos terminaron siendo representantes de estas organizaciones criminales. Las autocracias como Irán, China y Rusia se han hecho un festín con estas debilidades. Han financiado a partidos y dirigentes políticos que, cuando tomaron el poder, desmantelaron la democracia y el estado de derecho, y, cuando estuvieron o están en la oposición, tienen la suficiente capacidad para sabotear todo proyecto democrático.

Los escenarios alternativos a la democracia republicana parecen aglutinarse en el estado fallido de Haití, o en los modelos autocráticos impopulares de izquierda, como los de Cuba, Venezuela y Nicaragua, o ahora en los modelos autocráticos populares de derecha, como el de El Salvador. En todo caso, esto confirma la recesión democrática, la falta de confianza en ella, los problemas que tiene para congeniar competencia electoral con resultados positivos para sus ciudadanos. Y también, por último, en el hecho de que expone una débil capacidad de los organismos internacionales del hemisferio para contener los giros autocráticos en estos escenarios de crisis. En definitiva, el caso de El Salvador nos debe llevar a todos los defensores del sistema democrático y los derechos humanos a realizar una profunda y honesta autocrítica.

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Politólogo. Director de Transparencia Electoral de América Latina. Profesor de la Facultad de Ciencias Sociales de la Universidad de Buenos Aires (UBA). Magister en Derecho Electoral por la Univ. Castilla La Mancha (España). Autor del libro “Así se Vota en Cuba”.

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