El 2020 ha sido el año del regreso al pasado. Nos deja la lección de cuán vulnerables somos los humanos en la Tierra y la evidencia que el planeta no necesita a la humanidad para existir, pero sí que él es necesario para la vida de la humanidad. Es tal vez, un año trágico para la economía global y por ende regional. Pero más allá de las ecuaciones macroeconómicas, que a veces deshumanizan los datos, fueron 12 meses de problemas de salud pública y una época que desnudó los más graves y urgentes asuntos de América Latina.
Por ejemplo, en Colombia la pandemia cohabita con fallas de todo nivel. Para empezar, la covid-19 abrió un portal que agudizó la pobreza en muchas regiones periféricas del país. Se convirtió en el vector de violencia atomizada y permitió, incluso, que grupos armados criminales reclutaran menores y migrantes irregulares. Dichos reclutamientos se incrementaron en un 113 % en medio de la emergencia sanitaria. En Colombia, la pandemia ha sido uno de los tantos problemas que matan ciudadanos, ha sido uno de los factores de inestabilidad social, ha sido una de las causas de las fallas económicas y la quiebra de empresas, despidos masivos y un exacerbado desempleo.
El panorama nacional
A pesar de los esfuerzos del gobierno por la recuperación económica y la consecución oportuna de la vacuna, no es satisfactorio. La violencia se expande a velocidades mayores que cualquier virus respiratorio, ha coincidido con la víspera de un año electoral que ha sido capitalizado por los peligrosos populismos criollos y el inconformismo social que reclama más derechos y mejores libertades. El panorama colombiano, guardando las proporciones particulares, no se distancia mucho del de la región.
Un 2020 y una pandemia que dejó en evidencia que las cuarentenas eran solo para quienes cuentan con un techo, hecho que profundizó la realidad de Colombia con casi el 49% en la pobreza monetaria y un 14% en la extrema. Sumado a eso, la preocupación de la transformación de la violencia, nuevas masacres, complicaciones medioambientales, un contexto político sumido en la polarización y una agenda de gobierno volcada a paliar los efectos pandémicos, complicó incluso la idea de avanzar en distintos frentes de la implementación del acuerdo de paz.
Sin duda hay avances, pero pudieron ser más y mejores. Preocupa, entre otras que, en algunas zonas del país, haya gobernanzas criminales, es decir, grupos criminales que han construido contratos sociales subterráneos y han tejido controles sociales y económicos suplantando al Estado, o en algunas oportunidades, fungiendo como él. Esta situación no es exclusivamente de la pandemia, pero sí es una constante que se agravó con ella.
Un futuro poco alentador
El panorama para el año entrante no es tan alentador como se quisiera. Los destinos de las naciones no dependen exclusivamente de los gobernantes, pero sí de las transformaciones sociales. Es decir que, a pesar de que Colombia hace parte de la OCDE, tiene pronósticos macroeconómicos de crecimiento por encima del 4% y es socio global de la OTAN, aún muere gente por hambre, violencia y enfermedades por falta de atención hospitalaria de calidad. Entre más contrastes y brechas existan, mayores problemas estructurales son lo que se deben superar.
El 2021 se configura como el año en el que se verán los verdaderos efectos del 2020. La pobreza habrá aumentado, será un año de coaliciones políticas, de protestas sociales, de ajustes tributarios impopulares, de decisiones estratégicas en la órbita política y de seguridad. Un año en el que, si no hay cambios drásticos en los planos sociales y políticos, ni siquiera económicos, las próximas pandemias, que seguro vendrán, no darán chance para pensar en el futuro.
Foto de Cristal Montanez Venezuela en Foter.com / CC BY-SA
Autor
Profesor de Relaciones Internacionales en la Facultad de Economía, Empresa y Desarrollo Sostenible de la Universidad de La Salle (Bogotá). Doctor en Derecho Internacional por la Universidad Alfonso X El Sabio (España).